Josefina Martos Peregrín guarda en su
espíritu un rescoldo poético que ha reavivado un poemario luminoso como lo es Fuego de invierno. Su llama tiene las tonalidades crepusculares
de quien ha conocido los incendios del alma. La madurez es un metal templado
por la experiencia y bruñido por la sabiduría. Este poso de experiencia y
conocimiento refulge en los versos de este poemario.
La obra está dividida en tres partes:
Oro en la niebla, Invierno pleno y La nave de los necios, pero en toda ella
crepitan los aforismos y las reflexiones poéticas de una belleza y hondura
singulares: Vivir es caer en la nada,
volver a donde nunca estuvimos; ¿Qué
sabe Dios de la vida si sólo conoce la muerte de los otros?; hay mentiras eternas y verdades fugaces. La
duración no es la medida de todas las cosas…
La primera parte está iluminada por
poemas que penetran en la penumbra del recuerdo, en esa “niebla del tiempo” que
empaña la memoria, ese jardín prohibido del que nos habla la autora en el poema
que inicia esta tercera parte: Donde el
sol modela el mármol, la lluvia lo pule / y lo blanquea la luna, / estamos tú y yo /
siguiendo el movimiento / de las estatuas en la noche, / ese momento en que
abandonan su pedestal / para correr en busca de la cabeza que les falta, / o la
mano, o el brazo, o la palabra / que el tiempo les amputó. Esta primera estrofa,
alegóricamente nos dice lo que encontraremos en los poemas que buscan ese “oro
en la niebla”, sublime metáfora del rescate de la memoria. Y ese miedo de que los recuerdos se hayan
perdido: Obligarse al orden por higiene /
y poner naftalina entre las ropas / dar vueltas a los bolsillos del recuerdo, /
comprobarlos vacíos, acribillados de agujeros / por donde la vida / grano / a
grano / se fugó.
¡Invierno pleno” se llama la segunda
parte donde la toma de conciencia del deterioro que el tiempo ocasiona en
nosotros toma protagonismo, así como lo que no deseamos recordar por el impacto
que nos provoca: Papel pintado, / urgen
kilómetros de papel pintado. / Para tapar la rabia, las heridas, / los sueños. También
en esta parte está latente la duda sobre aquello que recordamos. La autora se
pregunta, nos pregunta si aquello que rememoramos es lo que era, algo que está
presente en el poema titulado “La dama de Shangai”: ¿Somos acaso esas figuras deformes? / De todas las que vemos, ¿cuál es
la real? / ¿Cómo reconocernos / entre un millar de reflejos?
La tercera parte: “La nave de los
necios” me ha gustado especialmente por rica y variada. En ella, más que en las
dos partes anteriores, la autora mira a su alrededor y nos conmueve con sus
visiones del mundo presente y su proyección en el futuro: A qué huir: / De nada me sirve volar si no se sortear la lluvia ácida /
Para qué nadar, si no puedo esquivar la
marea negra. / Qué camino coger que no conduzca al vertedero.
La belleza, la magia, el hechizo de
poemas como: Romance de la niña Vega; Soneto del mar en casa o Historia del
Darro vuelven a transportarnos, como toda la obra de Josefina, a escenarios que
inspiran versos cargados de un lirismo legendario, luces de un fuego
imperecedero que nos ilumina y abraza con la calidez de la buena poesía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario