El
siete de marzo de dos mil ocho era asesinado en la localidad de Mondragón el
concejal socialista Isaías Carrasco por la banda terrorista ETA. El atentado se
produjo en el portal de su casa a la una y media de la tarde. Sus hijas y
esposa se encontraban en el interior del edificio, del que bajaron tras
escuchar los disparos. Nada pudieron hacer salvo pedir una ambulancia pues
Isaías estaba gravemente herido. Tras dos paradas respiratorias falleció. El
suceso conmocionó al país que por entonces se hallaba en plena campaña
electoral. Por acuerdo de dos partidos mayoritarios, quedó suspendida.
Antonio
Lara Ramos nos transporta al escenario de los hechos con su novela Askatu. Portal número 6. Carlos Oreno,
el joven ingeniero protagonista de esta historia, va rememorando los sucesos
ocurridos en su anterior destino: Mondragón, a través del narrador omnisciente.
Nos envuelve en aquel ambiente enrarecido de los últimos atentados. El
narrador, con frecuencia, se transforma en una cámara que nos hace retroceder y
avanzar, analizando los hechos: “El
asesino corre, cometida su fechoría. Emprende la huída, como lo haría un niño
que ha consumado su trastada. Pero hay niños que se quedan inmóviles, con cara asustada,
sintiendo la culpabilidad del estropicio ocasionado…” ; “En este caso el
asesino huyó, la testigo lo vio correr y eso parece que no cuenta, se escabulló
tan rápido que quizá pasó tan cerca de cualquier otra señora y ni siquiera esta
reparó en él…”.
El
narrador avanza y retrocede, acelera, enlentece y congela las imágenes sin
inmiscuirse ni tomar partido, es una mirada objetiva que escudriña la
psicología y emociones de los personajes. En esta novela mantiene la tensión de
la lectura situando al lector al nivel de las percepciones del personaje
principal. El lector va descubriendo y conociendo Mondragón al ritmo de Carlos
Oreno, su curiosidad, sus interrogantes, son los mismos que los del
protagonista, sabe mantener el pulso narrativo, no anticipa lo que pueda
ocurrir, aunque previamente el narrador se ha ocupado de contagiarnos el recelo
y la desconfianza que el joven ingeniero siente al aterrizar en el País Vasco,
su mirada no es imparcial, su periplo se ve condicionado de principio a fin por
la violencia de atentados acaecidos y anunciados en los medios de comunicación:
“Desde niño y adolescente había
escuchado, como tantos otros extraños a esta tierra, palabras, muchas palabras.
Diferentes de las que escuchaban los niños y jóvenes de aquí. Los oídos de
todos, moldeados por una insistencia de voces incansables a un lado y a otro.
Para unos, vocablos que hablaban de vascos asesinos, de vascos etarras, de
vascos canallas. ¿Acaso todos eran asesinos y etarras? Las vísceras no hacían
distinciones: para los de aquí liberación, gora Euskadi askatuta, puta España.
Vísceras al fin y al cabo”.
La
narración tiene un ritmo lento que se ve compensado por un lenguaje sencillo, con
frases cortas que la dotan de agilidad, manteniendo la continuidad y el interés
de la historia. La atmósfera contiene los elementos de la calma que precede a la
tormenta. El silencio, el tenebrismo, el aparente sosiego, la tensión, la
sospecha… se mantienen durante toda la historia. Algunos personajes añaden
inquietud a la novela, son los personajes que han tenido relación o se han
visto afectados por el terrorismo. Este es el caso de la señora Mayca; un
personaje rodeado de misterio que al igual que esos elementos turbadores, tiñen
la novela de desasosiego: “Cuando la
contempla se estremece. Le asaltan múltiples incógnitas sobre esta mujer de la
que desconoce todo, salvo el relato imperecedero sobre su marido y su trabajo
en Canadá…”
Es
frecuente el tono reflexivo, como si la historia que se cuenta se viviera más
desde dentro que desde fuera, pues todo cuanto Carlos percibe, en el Mondragón
de aquellos años, no deja de ser una onda provocada por el terrorismo, en
concreto por el atentado que acabó con la vida de Isaías Carrasco. Y la novela
es la caja de resonancia que ha construido Antonio Lara Ramos para explicarnos
la conmoción que produjo aquel asesinato, tan absurdo como atroz.