Rescatar la
memoria de nuestros antepasados puede convertirse en un ejercicio apasionante
que no siempre tiene fácil cumplimiento, difuminado e incluso borrado el
recuerdo por el paso inexorable de los años y los siglos. Por fortuna, en
ocasiones permanece el testimonio de una fotografía, una carta, una partida de
nacimiento o cualquier otro tipo de documento que nos devuelven al presente a
aquellos seres que ya nos dejaron y que por su posición en la sociedad no
dejaron registro en los libros de historia.
Hablando de libros de historia, no deja de resultarme chocante que sus
páginas estén dedicadas principalmente a personajes poderosos cuya conducta fue
en gran medida reprobable, reyes y gobernantes ambiciosos, crueles,
caprichosos, pobres intelectualmente en muchos casos, incluso enajenados en
otros. Y sin embargo, apenas encontramos en dichos libros alusiones a aquellas
personas humildes que por su abnegación, esfuerzo y generosidad hicieron méritos
de sobra para figurar en las crónicas de la época. ¿Quedan por tanto en el
olvido estas pequeñas y a la vez grandes gestas que no retratan los libros de
historia? En gran medida, a no ser que la literatura intervenga de por medio.
De hecho, es la literatura el complemento necesario para comprender en toda su
magnitud la realidad de una época.
Ese es el caso de la novela que
Carmen Hernández Montalbán nos acerca hoy, Los
cantos rodados, que trata de las peripecias de una familia de Guadix
durante la invasión napoleónica a principios del siglo XIX. Quizá esta historia
hubiese quedado para siempre sepultada en el olvido de no haber sido por algunos
descendientes de uno de los protagonistas, Torcuato Martínez, que terminó
recalando en la ciudad francesa de Béziers cuando acompañó junto a su hermana y
su cuñado a las tropas napoleónicas que se retiraban con el rabo entre las
piernas tras la invasión de nuestro país. Dichos descendientes, elaborando su
árbol genealógico, tomaron consciencia de sus orígenes accitanos y se
interesaron por reconstruir los hechos que acontecieron en aquel lejano tiempo.
Y ahí es donde entra en escena Carmen Hernández Montalbán. Como ella misma
escribe en los agradecimientos, “sin la aparición prodigiosa en su vida de Jean
Claude Martin y Fréderic Llanos, nunca hubiera encontrado la semilla que hizo
crecer esta historia”. Carmen, como archivera del Archivo Diocesano y Capitular
de Guadix, colaboró en la investigación acerca de las raíces accitanas de los
descendientes franceses de Torcuato Martínez, y de paso, echando mano a su
faceta como escritora, quiso reconstruir de manera novelada cómo fueron los
hechos que condujeron a algunos de los miembros de la familia Martínez de
Guadix a recalar y establecerse en Francia. Como es de suponer, resulta
imposible conocer todas las circunstancias reales que acompañaron a los
protagonistas de la novela, por lo que Carmen, como buena narradora, debe
recurrir a la deducción de lo que pudo suceder en algunos pasajes sustentándose
en la información histórica y en los documentos y testimonios familiares que
han circulado de mano en mano y de boca en boca entre los descendientes de los
Martínez de Guadix.
Una de las mayores virtudes de Los cantos rodados es la información que
nos aporta acerca de la invasión napoleónica así como de los usos y costumbres
de la época, no solo en España sino también en el sur de Francia, donde
transcurre buena parte de la narración. Pero por encima de todo, además del
interés personal que pueda suponer para los descendientes de los protagonistas,
lo que eleva el valor de esta novela radica en sus reflexiones. A través de los
hechos, se nos muestra el horror que representa cada guerra, de qué manera la
ambición de unos cuantos descerebrados poderosos determina el sufrimiento, la
vida y la muerte de miles o millones de personas a los que esas disputas les
resultan en principio ajenas, pero que finalmente les afectan incrustándose en
ellas un odio cerval por el contrario. Solo las pequeñas heroicidades les
permitirán la supervivencia, heroicidades que, como dice su prólogo, exaltan
valores como el amor, el ánimo, la tenacidad y el deseo de vivir.
Carmen Hernández Montalbán ha
escrito una novela con un lenguaje diáfano, cuidado y primoroso, recurriendo en
ocasiones a una bella prosa poética que a buen seguro resultará del gusto del
lector. Os animo a la lectura de Los
cantos rodados y espero que os resulte placentera como me ha sucedido a mí.