Ante la ingente cantidad de nuevas
novelas que en la actualidad abarrotan los estantes de las librerías, son pocas
las que descuellan, haciéndose un hueco entre las preferidas por los lectores,
aunque los editores hayan puesto a su servicio un gran aparataje publicitario y
no digamos ya, hayan conseguido la vanagloria de la crítica. El lector, en
definitiva, tiene la última palabra. Ellos pueden catapultar al éxito a un
autor novel y condenar al fracaso a uno cacareado por la publicidad. Ahora bien
¿Qué es lo que hace que una obra perdure en el tiempo como favorita? su
originalidad, factor proporcionalmente relacionado con el talento del escritor
y su capacidad de empatizar con el
lector. La novela de Eduardo Moreno Alarcón:
Sonata de mujer, finalista del
Premio de Narración Corta Felipe Trigo 2017, posee estos dos factores.
En ella, a modo de diario, la
protagonista nos hace partícipes de sus emociones y experiencias como pianista
y como mujer. La vida de Clara Wieck, pianista y compositora, más conocida como
Clara Schumann por haber estado casada con el compositor, se asoma en esta
novela revestida de ritmo, melodía y tempo: he aquí el elemento singular de la
obra.
La estructura de esta novela está
pensada como una partitura. En ella el autor, al igual que un director de
orquesta, ordena sus capítulos titulándolos con el nombre de los diferentes
movimientos de una obra musical: Preludio,
allegro moderato, adagio appassionato, allegro vivace, impetuoso, andante moderato,
etc. Las diferentes etapas de la vida de la artista, son narradas en primera
persona, y cada una de ellas, puede ser identificada con cada uno de esos
movimientos en la música.
Pero no solo en la estructura de la
obra es donde se refleja esa influencia de la música en el proceso creativo,
también está presente en el lenguaje, donde se produce una nueva simbiosis, al describir las emociones de los personajes; he aquí el
segundo factor que la dota de sintonía con el receptor:
Pág. 68
“El corazón empezó a latirme con cadencia de vivace. Los gritos de
alegría rebotaron en la estancia como el eco de violines rasgueados. De pronto
los objetos de la casa, los muebles y hasta el piano cobraban una nueva
densidad, un brillo diferente. Cogidas las manos, dimos vueltas y más vueltas,
jugamos a ser niños otra vez. Sólo con cerrar los ojos recupero aquella danza
improvisada, aquel ritmo ternario, aquel tiempo de vals.”
Esta es una novela que nos hace
evocar el romanticismo de las de las hermanas Bronte, o las novelas de la
escritora británica Jane Austen en la época Georgiana, pues consigue crear esa
atmósfera, pero lo hace de un modo del todo novedoso, mucho más directo;
utilizando frases cortas que dotan a la obra de ritmo, creando una mayor
intimidad y complicidad entre el lector y el personaje.
El haber elegido el narrador en
primera persona, hace que la obra cobre verosimilitud, que los rasgos
psicológicos de los personajes se manifiesten con mayor fuerza en la novela.
Pero, al mismo tiempo, exigen del autor una mayor implicación, para ponerse en
la piel de una mujer, algo que, imagino, no habrá resultado fácil a Eduardo.
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